Devil´s Paradise
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Juri's Room

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Mensaje por Kamijo Jue Ago 30, 2012 5:15 am

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Mensaje por Manabu Mar Abr 16, 2013 9:16 pm

Caminaba entre los pasillos de aquel enorme lugar con tranquilidad, sus ojos se paseaban por lo amplios que estos eran y por sobre todo, por esa tenebrosidad que guardaba el lugar. Iba ataviado con un pantalón oscuro algo ajustado, una camisa negra con un aire formal además de un saco que también se adecuaba a la figura de su cuerpo, este ultimo iba casi completamente cerrado, dejando apenas el primer botón de arriba hacia abajo sin abrochar, esto a diferencia de la camisa que llevaba los tres primeros botones desabrochados, y las botas que le llegaban a la mitad de la pantorrilla no podían faltar.

Avanzaba tranquilamente por el lugar, cuidándose de no llamar la atención aunque ese lugar parecía desolado, él bien sabía que las cosas nunca eran lo que aparentaban, fue silenciosamente hasta el lugar deseado: la biblioteca. Hacía un par de días que conoció a un simpático ángel que no había tenido problema con hacer amistad con él, a ambos les gustaba la lectura entre otras cosas y debido a ello se llevaron muy bien prácticamente desde que se conocieron, sin importar el que cada uno pertenecía a una raza diferente. El día anterior habían acordado cada uno sacar uno de los libros más interesantes de las bibliotecas de los lugares a donde pertenecían, eso era porque cada raza tenía libros especiales que contaban historias o algunos secretos acerca de ellos, conocer un poco más acerca de la otra raza había resultado algo interesante para ambos, así que cumpliendo con lo acordado, Manabu se encontraba en la gran biblioteca de aquel tenebroso castillo.

Se preguntó qué libro debería llevarle, había muchísimos en el mundo humano, pero ninguno había parecido satisfacer la curiosidad de aquel pequeño ángel, y la de él tampoco, al menos no en lo que se refería a ángeles. Recordó haber visto un libro algo grueso, con algunas ilustraciones acerca de los demonios, formas diferentes que llegaban a tomar los que eran más poderosos, habían un par de historias que hablaban sobre las huellas que dejaron algunos demonios, historias que servían de inspiración para los que aún existían y se dedicaban a corromper almas, a inducir personas a hacer cosas innecesarias que solo traerían dolor y sufrimiento. Si debía admitir algo, eso era que los libros con esa clase de información eran quizá demasiado tristes o más bien llenos de injusticias, plagados del sentimiento de impotencia, o al menos a su ver eso era lo que pensaría un ángel.

Aquel libro compartía más bien fragmentos de las vidas de algunos viejos demonios, un poco de lo que ya todo mundo sabía y alguna que otra especie de profecía, cosas en las que pocos demonios continuaban creyendo. No sabía si aquello le iba a agradar al rubio pero siempre podían negociar, buscó el libro en los enormes estantes del lugar, tardando quizá unos 10 minutos en encontrarle, le costó trabajo bajarle ya que dicho libro se encontraba en una de las partes más altas de el estante, sin embargo, al final salió triunfante.
Abandonó la biblioteca con la misma tranquilidad con la que había llegado a ella, abrazando aquel libro contra su pecho mientras que con sus manos juntas, jugaba con una pulsera que hacía tiempo le habían regalado; esta última quizá no era muy… masculina, pero era muy bonita y a él le encantaba, tenía pequeñas piezas de oro entre alguna que otra bolita obscura y brillosa, que le hubiese gustado saber qué clase de piedra era, pero al recibir el regalo había olvidado preguntar. Continuó caminando un poco distraído, olvidándose de agudizar sus sentidos que bueno tampoco es como que estuviesen muy desarrollados, regresaba a su habitación por un par de cosas, así que caminó con más sigilo por si alguno de sus “compañeros” andaba por ahí, sin embargo, su torpeza le llevó a chocar contra un pequeño mueble en el pasillo de las habitaciones, llevando a que una de las figuras en ella se cayera al suelo, provocando un pequeño estruendo que además, le pegó tal susto que tiró con demasiada fuerza de la pulsera, rompiéndola.

Las pequeñas piezas redondas se esparcieron por el suelo, y unas cuantas se fueron debajo de una de las puertas, desapareciendo en la habitación que esta última protegía de los curiosos, un claro gesto de tristeza se dejo ver en su rostro, mas aquello no le detuvo, primeramente se agacho para recoger la figurilla que había tirado y tras ello empezó la búsqueda de las pequeñas piezas de su pulsera. Encontró unas cuantas, la mitad para ser exactos; el resto ya se imaginaba donde se encontraban, se incorporó para llamar a la puerta de aquella habitación, tocó un par de veces la dura madera mas no obtuvo respuesta alguna. Se hizo a la idea de que quizá no estaría el propietario de aquella habitación, por lo que bastante dudoso se aventuro a girar la perilla de la puerta y adentrarse en la habitación temerosamente.

Observó apenas el lugar creyendo que lo mejor era respetar el espacio personal de quien habitase aquel cuarto, entrecerró la puerta; apenas dejando una pequeña abertura y tras ello se dispuso a buscar las piezas de su pulsera, pasó tal vez alrededor de veinte minutos arrodillado, recogiendo pieza tras pieza hasta que finalmente las halló todas, en todo momento había mantenido aquel libro entre uno de sus brazos, cuidando el no llegar a olvidarlo en algún lado. Cuando ya no tenía más que hacer en aquel lugar, se incorporó dispuesto a salir de aquella recamara, caminó hacia la puerta y al abrirla se encontró con algo que no esperaba… o hubiese rogado no encontrarse…

El Dueño de la habitación estaba parado en el umbral de la puerta, y tanta fue la sorpresa para Manabu que dejo caer al suelo el libro y las piezas de su pulsera que nuevamente se esparcieron por el suelo, sintió su labio inferior temblar debido al creciente nerviosismo en su interior, y sin poder evitarlo retrocedió un par de pasos, tratando de mantenerse alejado de aquella silueta. Conocía a aquel hombre, habría sido imposible olvidarlo después de “semejante” presentación, le observó unos instantes con un gesto que reflejaba el miedo que aquel “encuentro” le generaba, algo demasiado increíble para tratarse de un demonio, aunque Manabu había demostrado no ser como los demás, y no de una manera que resultase conveniente para él.

Yo… y-yo no sabía q-que esta era su habitación.

Pronunció titubeante, sin molestarse en disimular tan patético titubeo, ya que estaba más preocupado por la reacción del otro.

Yo solo… mi pulsera se rompió y las piezas entraron por debajo de su puerta, yo solo quería sacarlas.

Habló de manera atropellada, tan rápido que dudó un poco de que el mayor le hubiese entendido.

Pero… pero… ya me iba.

Y fue en aquella oración que se le acabo la voz y terminó hablando en un hilo de la misma.
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Mensaje por Juri Mar Mayo 28, 2013 6:19 pm

Disfrutaba de leer casi a diario; su rutina era de lo más simple —aunque fuera uno de los demonios de mejor rango dentro del castillo, no se obligaba ni se molestaba en ir al mundo mortal para meterse en la patética guerra con los ángeles—, salía desde temprano de su habitación, después de haberse aseado y alistado con algún atuendo cómodo para relajarse todo lo que restaba del día.

Con frecuencia su primer objetivo era la librería, se hacía de un libro, iba al estudio y ahí daba inicio a la lectura de su nuevo acompañante, o, en alguna que otra ocasión, tomaba rumbo hasta los jardines. En esta ocasión el estudio se le hizo el lugar más tranquilo para estar; estaba vacío, a diferencia de los jardines, donde varios de sus congéneres discutían y parloteaban cosas que eran de poco interés para él.
Se acompañó con una buena botella de licor de anís y cuando se acomodó en un lugar algo escondido del estudio, se dispuso a comenzar con la lectura del libro que había escogido: Les FLeurs du Mal de Charles Baudelaire.

Le gustaba ese escritor y en especial ese libro en cuestión; los poemas eran sublimes, poemas malditos en palabras de varias críticas, pero él demonio los disfrutaba sin duda. Su estadía en el estudio del castillo fue amena; por suerte no hubo interrupción de ninguna clase y mientras degustaba aquel licor bailarín en su copa de fino cristal, el libro avanzaba satisfactoriamente, cada poema mejor que el anterior. Su favorito era el que llevaba el título: La Destrucción; todos tenían algo que lograba engancharle pero ese sin duda alguna era el que mejor —y en pocas palabras— lograba cautivarle de cierto modo.

—Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos, vestiduras manchadas y entreabiertas heridas, y el sangriento artificio en donde habita la Destrucción… — Leyó en voz alta y enseguida una melodiosa campanilla resonó en el lugar; un reloj que pendía de una de las paredes indicaba las siete en punto de la noche. Ya tenía todo casi todo el día metido ahí y aunque lo disfrutara, no tardarían en abordar los demonios que acostumbraban juntarse ahí para beber; no es que fueran muy escandalosos, pero además de eso el licor ya le estaba haciendo menear la cabeza por dentro y cuando el alcohol comenzaba a subirle, prefería estar solo y en calma.

Se llevó consigo el libro; aún le quedaban dos poemas para terminarlo y claro, le restaba un poco menos de la mitad del licor para acabar con la botella, así que acabaría con aquello en su habitación. Recorrió con calma los pasillos hacia sus aposentos y a pesar de ir algo sacudido por el alcohol, no pudo evitar el cambio que había en el ambiente al estar a unos pasos de su habitación. Cada demonio conoce su propia esencia y por supuesto, es capaz de reconocer la de otro, sobre todo si es alguno con el que ya se ha topado anteriormente y al parecer, esta era una ocasión de esas.

Avanzó hasta la puerta de su alcoba y se quedó de pie frente a esta, observándola abierta. Su semblante era tranquilo, frío e impenetrable, mientras observaba a la pequeña figura que ahora le observaba también; no dijo nada y el cariz de su rostro solo fue alterado por una ladeada sonrisa al ver al pequeño azabache caer al suelo. Quizá siendo otro demonio, simplemente le hubiera echado de ahí, pero el ya conocerlo y aquel rato que pasaron —y que pudo haber terminado muy beneficiosamente de no haber sido por la interrupción de aquel ángel—, le dejó ciertas ganas de volver a toparlo y ahí estaba su oportunidad.
Con calma se adentró a su alcoba y sostuvo con una sola mano la botella y el libro para echar la suelta hacia atrás y cerrar el pestillo de la puerta; su mirada se clavó en la ajena, arrojó el libro a un escritorio cercano y avanzó lentamente hacia el pequeño demonio.

—A mi lado sin pausa el Demonio se agita… —Se inclinó hacia el contrario y asió sus muñecas, sometiéndolas por encima de su cabeza—. A mi lado flota como el aire imparable; lo bebo y siento cómo abrasa mis pulmones… —Su cuerpo se empujaba contra el del más bajo y lo fue echando contra el suelo mientras buscaba forzadamente el acomodarse entre sus piernas; llevó la botella a sus propios labios y bebió de ella un largo trago, acabando con la mitad de lo que restaba, el licor se deslizó caliente por su garganta, amargo por su lengua y húmedo por la comisura de sus labios en los cuales dibujó una sonrisa ladina—. Ahogándome en un deseo culpable y eterno…

Citó aquello dicho de su poema predilecto y sus manos apretaron las muñecas del menor y las presionaron con todo su peso contra el piso mientras su pelvis se empujaba ansiosa contra la ajena; se acercó al rostro del azabache y pegó sus labios a los suyos, frotándoles suave, respirando entre dientes sobre los mismos.

—Vaya suerte la mía, de volver a encontrarte, Manabu. —susurró sobre aquellos labios y sobre esos mismos, vertió lo que restaba del licor de anís; su ansiosa lengua comenzó a lamer el licor que descendía por el mentón del menor y la llevó hasta su cuello donde comenzó a saciarse de aquella piel que le había añejado el deseo de tener y fue en el inicio del hombro ajeno, donde clavó sus dientes en una mordida que siguió de una succión para dejar su primera marca, la primera marca de aquella noche, de aquel día que al parecer terminaría bastante satisfactorio.
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Mensaje por Manabu Sáb Jun 01, 2013 9:34 pm

Se quedó observando al contrario con sumo detalle, sin poder reaccionar como hubiese querido, pues le asustaba un poco lo que sus propias acciones pudieran desencadenar, si hubiese sido cualquier otro demonio, disculparse y huir habría sido sencillo, pero aquel demonio tenía ese efecto paralizante en él. Su cuerpo se encogió ligeramente al escuchar el sonido del libro al chocar contra el escritorio, y fue aquel sonido lo que le hizo intentar levantarse, pero era demasiado tarde.

En segundos sentía sus manos apresadas por una de las ajenas, y las palabras que el más alto comenzó a pronunciar, tuvieron como efecto el causarle un par de escalofríos que le recorrieron la columna vertebral. El intentar soltar sus manos a base de tirones, le distrajo lo suficiente como para no obstaculizar demasiado el propósito del contrario, se removió sí, pero aquello no fue un gran impedimento para que el mayor terminara entre sus piernas. Mientras seguía tratando de liberar sus muñecas, observó cuidadosamente el rostro del demonio, no iba a negar que le parecía una persona muy atractiva, y seguramente en otras circunstancias le habría gustado, pero su manera de ser no le agradaba del todo.

Soltó una queja en respuesta a la presión en sus muñecas, el cuerpo del mayor presionándose contra el suyo, le hacía verse invadido por ese agradable calor ajeno… se olvidó momentáneamente del forcejeo al tener el rostro ajeno frente al propio, en especial por esos roces entre los labios de ambos, le observó con recelo mientras sentía el tibio aliento ajeno chocando contra su boca, pasó saliva pesadamente, escuchando entre tanto aquel susurro que le era dedicado, apretó los labios al momento de sentir aquel liquido siendo vertido sobre los mismos, y ladeó el rostro en cuanto la lengua ajena toco su piel tan descaradamente, entonces… comenzó a forcejear de nuevo mientras la cálida saliva del demonio dibujaba pequeños caminos en su piel, y justo cuando su intención era hablar, percibió aquella mordida cerca de su hombro; la cual provocó que inevitablemente soltara un gemido y además de ello, apretara la cadera ajena entre sus piernas.

Su-suélteme, por favor…

Le habría gustado omitir el tono suplicante de sus palabras, pero ahora solo le quedaba esperar que el contrario tomase en cuenta lo que había dicho. Detestaba sentirse como una presa fácil, y odiaba aún más que aquel demonio se aprovechara de ello, de que no era alguien que gustara de pelear o buscar problemas. Sin poder evitar el impulso, ladeó su rostro en dirección al ajeno, y buscó alcanzar la parte superior de una de las orejas del mayor, pescándola entre sus dientes y mordiéndole fuertemente, sin detenerse al sentir que atravesaba la piel, pero soltándole una vez que el tibio liquido carmesí tocó su lengua.

Puede ir por allí… y tener a la persona que quiera…

Susurró antes de relamer sus labios, limpiando lo que quedaba de la sangre ajena.

Pero ¿por qué yo?

Preguntó mientras se removía con mucha más insistencia, por lo que el esfuerzo, provocó que su respiración se agitara un poco.

En realidad, no le gusto, y no quiero ser su entretenimiento…

Habló en un tono bajo, rindiéndose luego del inútil forcejeo. Soltó un prolongado suspiro, y acto seguido, se encogió cuanto aquella posición se lo permitía, temiendo un poco a la reacción del mayor luego de la mordida que le había dado, arrepintiéndose tan solo un poco por ello.

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Mensaje por Juri Lun Jun 24, 2013 4:51 pm

Soltó un jadeo sobre la caliente piel ajena y vislumbró la huella rojiza que habían dejado sus dientes y labios; su cuerpo se meneaba apenas por el forcejeo del contrario y sus manos, que sostenían ambas ajenas, apretaron con mayor avidez, menguando el movimiento bruco que el otro hacía bajo su cuerpo.

Deslizó sus labios, por la sinuosidad del cuello, ascendiendo lenta y con calma hacia el inicio de la mandíbula ajena donde volvió a clavar sus dientes, aunque esta vez dejando una efímera huella, dado que no había mordido con mucha fuerza realmente. El movimiento obligado por el forcejeo, su propio menear y el peso que dejó caer entre las piernas ajenas…, un suspiro le abandonó los labios y un sentimiento de regocijo le invadió, manifestándose únicamente con una amplia sonrisa que se arrastró por la sien ajena hasta lamer en la pequeña unión de esta con la oreja.

Hacía días que venía deseando aquello: la piel de aquel pequeño demonio, el sabor de esta, su calor impregnándose con el propio y ese aderezo que el pelinegro dejaba sobre todo aquello: la súplica de sus palabras. Suspiró con deleite y ese suspiro se mutó en un pequeño, casi imperceptible gemido que se ahogó en su garganta cuando sintió el escozor de su carne; le había obligado a cerrar el ojo del mismo hemisferio de su oreja lacerada y aunque bien pudo tomar aquella acción con cólera, su cuerpo reaccionó de una manera distinta haciéndole saber que le había gustado como el más bajo llegaba hasta arriesgarse en ello con tal de soltarse de su agarre. Atendía distraídamente las palabras del demonio y no podía evitar que estas le provocaran cierta diversión, sin embargo, mantuvo un semblante apático y llevó este mismo a la mirada ajena, colocando su rostro delante del ajeno.

—Ciertamente… —corroboró lo primero dicho por el más bajo—. Pero no es como que me interese cualquiera… —aclaró. Sus ojos se fijaron sobre los ajenos y aun podía sentir el ligero picor, ese escaldar sobre su piel herida que lentamente sanaba—. Si me he tomado la molestia de llegar hasta este punto… ¿no es fácil intuir que tienes algo que me atrae? —inquirió al azabache y esbozó una sonrisa ladina en sus labios, misma que recorrió con la lengua un par de veces. El peso de su cadera entre las piernas del contrario, le había favorecido con un superficial roce en su zona media y estaba completamente seguro de que el contrario obtenía uno similar en la propia; pero no siendo aquello basto para su gusto, comenzó a moverse.
Un ligero arco, un breve furtivo movimiento de arriba abajo que repetía constantemente…, su respiración comenzó a ser algo entrecortada y fue agachando su cabeza, dejando que sus ligeros jadeos chocaran contra los sonrosados labios ajenos.

—Eres alguien a quien he deseado desde la primera vez que le vi… —confesó susurrante sobre los labios ajenos y atrapó el inferior de ellos entre sus dientes, mismo que mordisqueó hasta dejarlo matizado de carmín—. No solo mi entretenimiento momentáneo, sino el objeto que manifiesta todo mi deseo y lo enfoca en un anhelo por tenerte… —Sus ojos observaban detenidamente los ajenos y tras un breve momento, se levantó tironeando de las muñecas ajenas.

Obligó al joven demonio a levantarse y le llevó hasta uno de los costados del lecho, donde le soltó, dejándole caer en este.

—Y ahora mismo te lo voy a demostrar… —espetó y se quitó el saco que llevaba, arrojándolo luego de lado, llevando enseguida solo una de sus manos a la camisa, la cual comenzó a desabotonar   al mismo tiempo que se inclinaba hacia el más bajo con el fin de hundir sus labios en los de él en un vehemente beso.
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